“¡Mamá, ya no te necesito!”

Hace unos meses escuché esta frase por parte de mi hijo —bueno, eso creí haber escuchado; sin embargo, la realidad era otra—. Él estaba haciendo unos trámites para sus prácticas universitarias y le comenté que iba a hablar con quien sería su jefe para preguntarle algo relacionado al horario. Mi hijo se me queda viendo y me dice: “Mami, déjame hacerlo solo, si no, nunca voy a aprender. Es mi responsabilidad”. En unos segundos pasaron tantas cosas por mi mente y una de esas fue: “¡Mamá, ya no te necesito!” Sentí que ya no era necesaria en la vida de mi hijo. Luego analicé lo sucedido y me invadió un sentimiento de satisfacción.

Ante mis ojos estaba un joven que estaba pidiéndome que lo dejara solucionar y ser independiente. ¿No era eso lo que yo quería cuando le enseñaba a hacer las cosas por sí solo y que aprendiera a solucionar? Sí, claro; cada corrección, llamada de atención y conversación —muchas veces incómodas— estaban dando su fruto.

En cada etapa de nuestros hijos debemos darles su espacio para que puedan poner en práctica cada formación que les hayamos enseñado. Por ejemplo, mi “yo” de 20 años iba en el tercer año universitario, salía con sus amigas y era bastante independiente. Sin embargo, mi corazón de madre algunas veces ve a mi hijo de 20 como a un niño, aun cuando ya no lo es. Debo aprender a apartarme y ver desde cierta distancia la cosecha de mi siembra, que muchas veces significó nutrir con lágrimas y con una que otra frustración. Es una siembra que no solo hice en mi hijo, sino también en mi hija de 17 años. Bien dice Proverbios 22:6 (TLA): “Educa a tu hijo desde niño, y aun cuando llegue a viejo seguirá tus enseñanzas”.

El hecho de que ya no nos necesiten todo el tiempo no significa que no nos quieran en sus vidas. Somos ese ser que los ama con todo el corazón y que ahora simplemente los acompañamos para ver cómo se desenvuelven en la vida. Nos necesitan en su vida para colmarlos a besos, llenarlos de palabras de afirmación, proveerles un hombro para llorar y estar a su lado… pero ya son capaces de hacer muchas cosas por sí solos. Nuestro trabajo es soltarlos conforme su creciendo lo requiera.

El amor que los hijos sienten por nosotras siempre estará vivo. Ahora son capaces de marcar su camino, tomar buenas decisiones y cometer errores de los cuales aprenderán después, y todo eso gracias a los años de enseñanza y amor incondicional que les hemos dedicado. Nuestro amor por ellos nunca cesa; por eso, mientras nos necesiten menos, sabremos que hemos hecho un buen trabajo.

Vanessa de Benecke
Cabeza de red
Red de matrimonios jóvenes – Casa de Dios