La batalla de la fe

Todos los días nuestra fe está siendo sometida a prueba. Las circunstancias y los problemas que enfrentamos prueban nuestras convicciones constantemente. A veces llega la enfermedad, la escasez, los problemas familiares o matrimoniales. Todo esto saca a flote nuestras verdaderas convicciones; o, dicho de otra manera, revela de qué estamos hechos.

En 1 Pedro 1:7 dice que nuestra fe debe ser probada como se prueba el oro; y si salimos aprobados tendremos un premio de honor y gloria. No es posible obtener el premio si primero no pasamos la prueba. Recuerda que los premios están en la meta.

En el mundo ideal quisiéramos que todo nos saliera bien siempre, que no tuviéramos obstáculos que sobrepasar o problemas por resolver; pero en el mundo real las cosas no son así. De hecho, Dios no prometió una vida sin problemas o aflicciones. Lo que sí prometió es que nos ayudaría a salir victoriosos de cada proceso.

En Salmos 34:19 dice que “muchas son las aflicciones del justo”. La verdad es que quisiéramos que este pasaje dijera algo diferente, algo así como “ninguna aflicción tendrá el justo” pero eso cambiaría su significado. Es más: dice que ser bueno o justo no te exime de tener problemas, pero lo maravilloso es que Dios promete darte la solución en cada uno de esos problemas.

Estoy convencido de que no necesitaríamos echar mano de la fe en las promesas de Dios si todo fuera color de rosa. La fe no funciona en un mundo sin retos o desafíos. La fe no funciona en una zona de confort y las cosas sobrenaturales no podrían ser posibles si no echamos mano de la fe.

Esa fe es la que es atacada todos los días y podría asegurarte que libramos una batalla cada vez que nos enfrentamos a las circunstancias adversas en nuestra vida. El enemigo sabe que la mejor arma que puedes utilizar en contra de cualquier problema o proceso que estés pasando en tu vida es la fe.

Jesús le dijo a Pedro en una ocasión que el diablo lo había pedido para zarandearlo. Quizá si yo hubiese sido Pedro hubiera querido que Jesús me dijera que, aunque el diablo me había pedido para zarandearme, Dios se lo había negado. Pero, ¡oh, sorpresa! Jesús le dice a Pedro que Dios le dio permiso al enemigo para que lo zarandeara, pero que Él había hecho una petición y fue que su fe no faltara.

Jesús sabía que, aun cuando los problemas te dobleguen o sientas que vas a desmayar, si tienes fe no te vas a rendir; saldrás adelante y serás de testimonio para otros que también están en situaciones similares.

En Efesios 6:16 se representa la fe como un escudo. Los escudos están diseñados para proteger y defendernos. En otras palabras, si no tienes fe quedas vulnerable ante los dardos del enemigo que quieren matarte y destruirte. Por eso, cuando alguien te diga que no pierdas la fe, literalmente lo que te está diciendo es no te quedes vulnerable. La fe es lo que te protege de quedar destruido.

Cada vez que enfrentas un proceso o circunstancia adversa tienes una lucha en tu mente: entre lo que miran tus ojos y lo que cree tu corazón, entre tus emciones y tus convicciones, entre la fe y la duda… es palabra contra palabra. Es una batalla entre la esperanza que te da el médico y la esperanza que te da la Palabra de Dios. La esperanza que te dicen los numeros de tu cuenta bancaria y la que te dan las promesas de Dios.

Las circunstancias también te dan esperanza, pero es diferente a la esperanza que te da la fe. Por eso dice la Biblia que Abraham creyó en esperanza contra esperanza.

En esta batalla no existe empate: siempre habrá un vencedor y un vencido. Quisiera decirte que siempre gana la fe, pero la realidad es que muchas veces gana la duda. Nos dominan las emociones en lugar de nuestras convicciones y esto ocurre cuando hemos dejado de creer y perdemos el escudo que protege nuestro corazón.

Esta frase la hemos repetido muchas veces y no hemos descifrado por qué dice que somos más que vencedores. Yo creería que ser vencedores es más que suficiente, pero aquí dice que somos aún más que eso.

Quiero ejemplificartelo con esto: cuando un boxeador se sube al ring pelea contra su oponente y sale victorioso, generalmente no sale sin golpes: por supuesto que más de algún golpe recibe; pero recibe también un premio que suele ser un cinturón y dinero. Pero cuando llega a su casa, la esposa lo está esperando, lo felicita y, acto seguido, le dice: “Quédate con el cinturón, pero dame el dinero”. Él fue el vencedor, pero ella es más que vencedora porque sin haber peleado está disfrutando del premio.

Exactamente lo mismo con nosotros. Quien venció al diablo y a la muerte en la cruz fue Jesús, mientras que nosotros disfrutamos de todos los beneficios sin haber sido crucificados. Por eso Jesús es vencedor y nosotros somo más que vencedores.

No tenemos que morir en una cruz para ser salvos. Jesús ya pagó el precio, no tenemos que sufrir los latigazos para ser sanos. Jesús ya pagó por nuestra sanidad, no tenemos que sacrificarnos en un madero para ser prósperos. Jesús se hizo pobre en la cruz para que fueramos enriquecidos.

Si hoy estás peleando la batalla de la fe, dejame decirte que la pelea ya está arreglada a tu favor. No permitas que la duda debilite tus convicciones, guarda la fe porque es la llave para obtener la victoria sobre esas murallas y sobre los gigantes que impiden tomar posesión de la promesa que Dios te ha dado.

Aun cuando el diablo tenga planes en tu contra, Dios tiene propósitos que están a tu favor y esos son inamovibles.

David García