El perdón y la honra
Cuando mi esposa Claudia y yo recibimos nuestro prematrimonial de novios previo a la boda aprendimos sobre varios temas. En el área financiera un punto importante era el aspecto legal y las diferentes formas de casarse para elegir una en lo que al patrimonio se refiere. Entendimos que de las opciones queríamos elegir el régimen de bienes mancomunados, es decir, todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío.
Al poco tiempo mi suegro habló del tema con mi prometida y le expresó enfáticamente que él quería que nos casáramos por el régimen legal de bienes separados. En ese entonces la vecina de mis suegros se estaba divorciando y el esposo le estaba tratando de quitar su patrimonio, queriéndose aprovechar de ella. Esto, sin duda, lo predispuso como papá, pues seguramente buscaba proteger no solo a su hija, sino también su patrimonio, que incluía además una pequeña fábrica de calzado.
A pesar de esta situación, Claudia y yo coincidimos nuevamente que lo que teníamos era por bendición del Señor y no queríamos poner una semilla de división, pues estábamos claros que queríamos un matrimonio para toda la vida.
A las pocas semanas de casados nos invitaron a un desayuno cristiano y durante la prédica nos dijo el pastor que tenía una Palabra para nosotros. Claudia y yo nos tomamos de la mano y el pastor nos dijo: “Así les dice el Señor: que los va a prosperar. Pero deben estar unidos en todo, siempre, como lo están ahora”.
Unos meses antes de casarnos Dios nos había dado una visión de una bandera de Estados Unidos. No comprendíamos mucho, solo que Claudia es ciudadana estadounidense, por lo que, queriendo obedecer al Señor, después de orar decidimos que nos mudaríamos a ese país una vez nos casáramos. Empezamos a hacer algunos trámites legales, entre ellos una traducción jurada del acta de matrimonio, la cual enviamos a la embajada de Estados Unidos en Guatemala, pensando que eso nos podría ayudar cuando estuviéramos allá.
Yo viajé con una visa de turismo, por lo que iniciamos los trámites para solicitar una residencia temporal y un permiso para trabajar. Durante el trámite nos pidieron varios documentos como requisito, entre ellos el acta de matrimonio; sin embargo, nos percatamos de que la habíamos dejado en Guatemala, por lo que Claudia se comunicó con su papá para pedirle que le hiciera el favor de enviarla por Courier.
Una noche sonó el teléfono y era mi suegro, quien llamaba muy molesto, pues había leído el acta y se había percatado de que nos habíamos casado por bienes mancomunados; y nos dijo que él no había trabajado toda su vida para que un “pelado” se quedara con todo esfuerzo. Yo estaba cerca de Claudia al momento de la llamada, por lo que alcancé a escuchar la conversación.
Obviamente, me molesté mucho. Al terminar la llamada le dije a Claudia: “Pues decile a tu papá que, aunque te quiera dejar algo, no lo queremos”. Me sentí atropellado porque él insinuó que mis pretensiones con su hija eran otras. Fue así como nuestra relación familiar cambió rotundamente, pues empezó un pulso entre el punto de vista de él y el nuestro. Nos distanciamos, no nos dirigíamos la palabra. Él no ponía un pie en mi casa ni yo en la suya.
Así pasaron los meses y Claudia era prácticamente la mensajera, comunicando entre un bando y el otro, pues también quería que pudiéramos restaurar nuestra relación familiar y, por supuesto, como hija no la estaba pasando nada bien. Hasta que un día dijo: “Ya no más: si ustedes se tienen que comunicar, busquen cómo le hacen, pero yo ya me cansé de estar en medio”.
En el tiempo que estuvimos en Estados Unidos pudimos compenetrarnos como pareja. Entendimos que había un vínculo muy fuerte entre Claudia y su papá, pero él también influía en las decisiones de ella y era necesario que estuviéramos apartados para que Dios pudiera obrar en nuestra relación como pareja y yo pudiera tomar el rol de cabeza en el hogar, cosa que de habernos quedado en Guatemala hubiese sido más difícil. Sin embargo, nuestra situación económica no prosperaba y estábamos lejos de encontrarnos con la Palabra que nos habían dado en aquel desayuno.
Los meses habían trascurrido y cuando conversamos como pareja del tema y de la familia política era frustrante al no encontrar una salida. Mi suegra también estaba en medio de la misma manera, pues ella, al igual que Claudia, deseaba que la relación entre mi suegro y yo se encontrara en otro punto para beneficio de todos. Efesios 4:32 (DHH) dice: “Sean buenos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como Dios los perdono a ustedes en Cristo”. Yo sabía que debía perdonar y también pedir perdón, pero me era difícil, pues se suponía que yo era el agredido y sentía que ceder era como perder mi autoridad en el hogar.
Sin embargo, también quería que mi matrimonio prosperara en todo sentido y un día me determiné a dejar de ser guiado por mis emociones, por lo que busqué al Señor y pedí me ayudara en lo que para mis fuerzas era complicado durante esa temporada. Fue así como decidí dejar a un lado todo orgullo. Hablé con Claudia y le comenté lo que deseaba hacer, por lo que propiciamos una reunión en la que pudimos ventilar el tema, con lo cual empezó un nuevo tiempo: si no tan amigable, al menos ya no despectivo y distante. Podría darte más detalles de esa conversación liberadora, pero al final lo que importa es haber dado ese primer paso de obediencia y no solo estar bien como matrimonio y familia, sino también con Dios. Santiago 4:17 dice: “Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado”.
Constantemente nos encontramos en esta situación en nuestro matrimonio y con nuestra familia política, ya sea por una o por otra. Y la razón es que como seres humanos tenemos diferentes puntos de vista, pues Dios nos dio esa capacidad. Debemos aprender a comunicarnos. Eso no es tan difícil cuando estamos de acuerdo, pero cuando se trata de ceder, sí lo es; y nos volvemos buenos defensores de nuestros argumentos e intereses, colocando una pared que nos impide avanzar. Es maravilloso cuando una pareja que se compenetra logra trascender, pues puede mantener esa armonía que, aun cuando hay puntos de vista diferentes, pueden ser tolerantes y a la vez comprensivos. Esto permite que una relación cada día sea más fuerte.
Hacía mucho tiempo no tenía reloj y quería comprarme uno. Cada vez que estaba listo para hacerlo, el Señor no me dejaba por una u otra situación. Después algunos años vi en un anuncio un reloj que me gustó, y dije: “Ahora sí me compraré mi reloj”. Un fin de semana le dije a Claudia que me acompañara a comprarlo, cuando en eso aparecieron mis suegros y también nos acompañaron.
Ya estando en el centro comercial, Claudia me dijo: “Ándate tú con mi papá, mientras que mi mamá y yo iremos a otro lado mientras tanto”. La relación con mi suegro había mejorado, pero no al punto de irme de compras con él. Pero como lo que yo quería era el reloj, eso ya no me importó y entramos a la relojería. Estando adentro pedí que me mostraran el reloj que quería, lo contemplé, y en eso me percaté de que mi suegro estaba viendo y probándose un reloj sin ningún interés evidente. En ese momento, el Señor puso en mi corazón la voluntad de comprárselo, no sin haber tenido una lucha interna dentro de mí.
Finalmente le pregunté a mi suegro que si le gustaba el reloj y me dijo que sí. Le pregunté si se lo quería llevar y me dijo que no, que solo lo estaba viendo. Entonces le dije: “Lléveselo, yo se lo voy a regalar”. Finalmente salimos cada uno con un reloj y fue ahí donde algo espiritual ocurrió en nuestra relación familiar. Sin darnos cuenta la relación fue restaurada y a partir de ese momento las cosas cambiaron. El Señor nos dice en Su Palabra, en Juan 10:10 (NTV): “El propósito del ladrón es robar y matar y destruir; mi propósito es darles una vida plena y abundante”.
¿Qué ha robado el ladrón en tu familia? ¿Qué ha destruido en tu hogar y tu matrimonio? Y ¿cuántos sueños ha matado? Cuando Claudia y yo nos casamos dijimos en el altar que estaríamos juntos en las buenas y en las malas. Eso implicaba también a nuestra familia política, pues cuando nos casamos también lo hicimos con nuestra familia política.
Quizás —así como a mí me llegó la oportunidad para dar ese primer paso— hoy sea el momento oportuno para que tú des el tuyo y puedas disfrutar de la plenitud que Dios ha preparado para los que le aman. Las promesas que están preparadas para ti y los tuyos finalmente se manifestarán.
El Señor quiere que prosperemos en todo, pero para lograrlo también debemos conquistar el alma, pues es ahí donde se encuentran las emociones y desde donde se libera o se retiene el perdón. 3 Juan 1:2 dice: “Amado, yo deseo que tu seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma”. No podemos prosperar en lo material y tener un alma con escasez de perdón, tal como lo revela este versículo.
Tiempo más tarde le tocó a mis suegros hacer un viaje fuera de Guatemala por una temporada. No pudieron regresar al país durante algunos años y les fue necesario dejar un poder con el cual se pudieran tomar decisiones respecto a su patrimonio en caso de que fuese necesario. Para nuestra sorpresa, mi suegro dejó ese poder a mí nombre, para que pudiera ser yo quien tomara esas decisiones.
Hoy en día mis suegros son como padres para mí. En varias ocasiones los he buscado para pedirles consejo cuando tengo que tomar decisiones importantes, o bien, para pedir apoyo en situaciones complejas en mi matrimonio. Su sabiduría siempre ha sido un punto de referencia en cuanto al manejo de las relaciones. Puedo sentir su amor hacia mí y constantemente expresan que yo para ellos soy como un hijo.
Pero ¿qué hubiese sido de nuestro hogar si dejáramos que el enemigo nos robe y destruya como matrimonio? Esa Palabra que un día nos dieron estaría esperando un espacio para manifestarse, hasta que sucedió. ¿Acaso no vale la pena darte la oportunidad de perdonar o pedir perdón, y limar asperezas en toda relación de familia?
Hoy te animo a que des ese paso y experimentes el poder liberador del perdón y la honra.
Armando Palma
Empresario
Líder en la red de Matrimonios Jóvenes