Soñar en medio del desierto
Como familia hemos vivido varios desiertos. El desierto económico no solo es adaptar un presupuesto, sino ver a Dios actuar de forma sobrenatural. En 2009 tuve que ser creativa e inventé el concurso del pollo en el arroz: ganaba la persona que encontrara un pedazo de pollo. Solo podía comprar una pechuga de pollo para 4 personas. Así vivimos muchas limitaciones. Mis hijos tenían 3 y 6 años; eran felices con unos helados de Q1.00. No había para las papas del restaurante famoso, menos para un menú. Junto a mi esposo nos propusimos no decirles a los niños: “No hay”, sino: “Ahora no tenemos, pero pronto vamos a comer allí, a comprar esto”.
En 2015 fue otro año complicado en el negocio de mi esposo y volvimos a entrar en el desierto. Mis hijos estaban más grandes y el concurso de pollo ya no tenía efecto. Busqué un trabajo y eso ayudó a minimizar la situación. No nos impidió soñar y seguimos hablando de los viajes que haríamos, de la ropa que compraríamos y de los carros que tendríamos. Les decíamos a los niños: “El milagro vendrá pronto”. Hubo momentos en los que como padres no tenía ánimo, pero mis hijos nos recordaban que mantuviéramos la fe para alcanzar las bendiciones. Ellos habían aprendido que Dios concede esos anhelos del corazón.
No le mentimos a nuestros hijos, lo que hicimos fue enseñarles a soñar. Aun en medio del desierto podemos creer en cosas imposibles para nosotros, pero para Dios no lo son. Todo en su tiempo es perfecto. El pueblo de Israel es el ejemplo de que en medio del desierto no se pasa hambre porque mantuvieron la presencia de Dios con ellos. Hoy vivimos la cosecha de la siembra de fe que por tantos años creímos.
No sé en qué desierto te encuentres, pero sí sé que es tiempo de soñar y de enseñarle a tus hijos a que hay un Dios poderoso. Él es oasis en medio de la nada. Cambia tu forma de hablar y quita de tu vocabulario el “No hay”. Hablen palabras de bendición, salud y prosperidad porque en tu boca hay un milagro.
Vanessa de Benecke